La cena

Herman Koch (Arnhem, Países Bajos, 1953), 2009.

Salamandra bolsillo, 4ª ed., 2014 (1ª ed. en 2012). 284 páginas. Trad. Marta Arguilé Bernal.

 

En veladas como ésa, Claire y yo valoramos mucho los momentos en que aún estamos solos. Es como si todavía todo fuese posible, como si lo de haber quedado para cenar fuese una simple confusión y en realidad sólo hubiésemos salido a dar una vuelta nosotros dos. Si tuviese que dar una definición de la felicidad, diría lo siguiente: la felicidad se basta a sí misma, no necesita testigos.             (p. 13)

Estamos en un restaurante de lujo, donde se citan para cenar cuatro comensales. Toda la acción trascurre en esta misma noche, intercalándose recuerdos del pasado. Para desarrollar toda la obra en un marco espacial y temporal tan restringido, y además para generar situaciones de tensión y de expectación tan atractivas, el autor demuestra una pericia narrativa que lo ha convertido en uno de los más reconocidos autores holandeses contemporáneos. Herman Koch (Arnhem, Países Bajos, 1953), consiguió que La cena, publicada en 2009 y hasta la fecha su obra más premiada, fuera traducida a 21 idiomas y llevada al cine. Yo le conocí leyendo acerca de su última novela, Estimado señor M (Salamandra, 2014).

En un primer momento, La cena parece plantear cuáles son los extremos a los que estamos dispuestos a llegar con tal de proteger a los nuestros, de ponernos a salvo nosotros mismos; interrogante que se lleva hasta el punto de rozar la frontera de la novela negra. Pero conforme se avanza en la lectura, se nos presenta como un alegato de calado mucho más profundo y subyugante, con importantes latidos de repulsa hacia la sociedad burguesa. A la dignidad, en definitiva. El contenido de la obra se descubre paralelamente a como se van descubriendo los personajes, que sufren una metamorfosis que no es tal, puesto que simplemente se nos muestran datos que no conocíamos de antemano.

En esta obra he encontrado una verdadera lección sobre la honradez a la hora de construir juicios de valor, puesto que en la mayoría de los casos se hacen demasiado rápido. En una época en la que la crítica ciudadana a las instituciones, al poder y a los gobiernos parece legítima per se, Koch hace un llamamiento a la clarividencia, a la independencia de pensamiento, a no dejarse llevar por el borreguismo. ¿Qué sucede si la mayoría ciudadana está tan corrupta como los objetivos de sus invectivas? ¿Y si el que juzga es incluso menos de fiar que el acusado?

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